
En el mar Mediterráneo apenas se aprecian variaciones en el nivel del mar a diferencia de lo que ocurre en las costas atlánticas, donde la amplitud mareal (diferencia batimétrica entre una pleamar y la bajamar siguiente) llega a superar incluso los cuatro metros. Las mareas son fruto de la atracción gravitatoria de la Luna y el Sol sobre las grandes masas de agua. Estas fuerzas de atracción generan ondas estacionarias de gran longitud que se desplazan cubriendo y descubriendo partes del fondo.
| Parece mentira que toda esa superficie de arena de la ría de Camariñas, en Galicia, se quede totalmente sumergida con la pleamar. Y lo contrario con la bajamar. Los paisajes en las costas mareales están cambiando constantemente. © El Playólogo/Maremecum
Lo más curioso es que la morfología costera puede aumentar o, por el contrario, disminuir los efectos de la marea, por ello cuando estas ondas se desplazan y se encuentran con mares estrechos, golfos y estuarios se produce un efecto embudo y con ello el aumento de la amplitud mareal, mientras que en mares cerrados como el Mediterráneo, comunicado con el océano Atlántico por el Estrecho de Gibraltar, apenas se perciben los efectos de estas ondas. El Mar Mediterráneo no tiene el suficiente volumen/superficie como para que se note el poder de atracción gravitatorio de la Luna y el Sol. Lo mismo ocurre con los lagos, que no sufren las mareas.
| Isla de San Simón en pleamar, cuando es navegable el paso entre la isla y tierra. Si te fijas bien, ya se nota la lengua de arena en la parte de abajo de la imagen. © El Playólogo/Maremecum
El desconocimiento de las mareas por los navegantes fenicios, griegos y romanos fue la causa de que la armada del Cesar fuera devastada en las costas de Inglaterra al quedarse encallada durante la bajamar. Al respecto tengo bastante que contar, pues yo ya he pasado por esa experiencia en varias ocasiones (lee más abajo y te contaré una de mis anécdotas).
| Playa de Rodas, Galicia. © El Playólogo/Maremecum
Y ahora vais a dejarme que os cuente una de las ocasiones en que las mareas me jugaron una mala pasada. Si os fijáis bien en esta fotografía de la playa de Rodas, en las Islas Cies, Galicia, se puede ver mi lancha fondeada frente a la playa en pleamar. Pues bien, recuerdo haber llegado navegando a media tarde y ver en la sonda que había más de 3 m de calado, así que dejé la lancha fondeada y bajé a tierra con una pequeña auxiliar. Pasé la tarde fotografiando la isla y disfrutando de la excursión hasta que al caer la noche volví a la playa. ¡Y tremenda sorpresa! Tenía la lancha varada en la arena, ¡en seco totalmente! Así que tuve que sentarme en la playa y esperar a que volviera a subir la marea para poder salir navegando. Se me hizo totalmente de noche y tuve que volver a ciegas totalmente, pues no llevaba cartas y por aquel entonces no usaba ningún dispositivo electrónico, ni plotter ni GPS para ubicarme. Así es como puse rumbo hacia la isla de San Simón, al fondo de la ría de Vigo, frente a la cual tenía mi autocaravana aparcada esperando paciente por mi (¡estaba muerto de hambre y de sueño!). Pues bien, tuve la fabulosa idea de pasar entre la isla y tierra, de noche, y con la marea aún muy baja. Y es cierto que la sonda decía que había dos metros de agua, pero de repente me quedé atascado, varado en la lengua de arena que hay entre la isla y tierra, ¡aunque justo antes marcaba la sonda más de 2 m de calado! Por eso, siempre he dicho que la sonda es buena para hacerse una idea, pero que no te indica ni los bajos ni las barras de arena que repentinamente aparecen donde no te lo esperas. Tuve que quitarme los pantalones, meterme en el agua y empujar la lancha. La temperatura del agua (eso sí que lo recuerdo bien) estaba a 14 grados, así que volví a la autocaravana con mis genitales en estado de hibernación...
| Esta es la Isla de San Simón a media marea, cuando me quedé embarrancado. © El Playólogo/Maremecum.
Y hablando de historias, aún recuerdo la de Toni, aquel pescador isleño que durante un viaje del IMSERSO a las rías gallegas descubrió por primera vez el significado de las mareas. El buen hombre había adquirido un frasquito relleno con agua de mar, unas cuantas conchas y un puñadito de arena que le vendieron a modo de souvenir en la isla de La Toja. Por la tarde se acercó a la orilla y, asombrado, descubrió la sequía pasajera. ¡Y la magnitud del negocio! Se miró las manos y clamó al cielo: ¡toda mi vida trabajando en la mar y nunca se me había ocurrido!